jueves, 21 de febrero de 2008

Cuba: un pueblo afortunado que cuenta con un líder como Fidel Castro

Aída Quintero Dip

En un momento cumbre de su liderazgo político e importante de su vida, en que decide no aceptar cargos como presidente del Consejo de Estado de Cuba, Fidel Castro sigue siendo extremadamente leal a sí mismo, a su pueblo y a sus convicciones.
El compromiso ante la historia de la nación, no le permite a un líder de su altura ética aceptar una responsabilidad que exige facultades que ahora no está en condiciones de ejercer, después de desempeñar -como él mismo señala- el honroso cargo de Presidente a lo largo de muchos años.
Es la lección de un revolucionario que -contrario a lo que piensa y manifiesta el enemigo-, no se aferra al poder, y, sobre todo, no renuencia al sacrificio ni a servir a la causa ni a continuar combatiendo como “un soldado de las ideas”.
Ante los valores y enseñanzas contenidos en el mensaje, ante ese acto de grandeza de Fidel, los hijos e hijas de su pueblo hablaron con el corazón. Un constructor dijo sencillamente: “Es mejor que descanse, ese hombre me dio mucho”, mientras un oficial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias expresaba: “Es una prueba de su valentía y confianza en el pueblo”.
“Fidel es, simplemente, un revolucionario”, sintetizó una argentina amiga de Cuba, y otro solidario con nuestra causa reconoció: “Su único crimen es haberse negado a bajar la cabeza ante los poderosos”. El Ministro de Relaciones Exteriores de Nicaragua, Samuel Santos López, ponderó su noble proceder: “Mi admiración para él, hasta en el momento de su retiro es un gigante”.
Afortunado es realmente el pueblo que tiene su luz de brújula, y su advertencia: “El camino siempre será difícil y requerirá el esfuerzo inteligente de todos. Desconfío de las sendas aparentemente fáciles de la apologética, o la autoflagelación como antítesis…El adversario a derrotar es sumamente fuerte, pero lo hemos mantenido a raya durante medio siglo”.
Y nos queda tanto. Este pueblo seguirá consecuente con el ejemplo de quien ha procedido sin vacilación desde sus días de rebeldía universitaria, del Moncada; de la prisión fecunda; del Granma, y la Sierra Maestra; de la Crisis de Octubre y los momentos gloriosos de Playa Girón y de Angola; arraigado junto al pueblo al que sirve, y revelando su estatura como estadista y revolucionario excepcional.
Ello constituirá acicate para no dejarnos vencer ante situaciones adversas, aprendiendo cada día de su indeleble magisterio, en la forja de los pinos nuevos junto con cuadros de la vieja guardia, capaces de llevar adelante la experiencia cubana, marcada por una ética de actuación con elevadas pruebas de lealtad ante los principios e incorruptibilidad ante el poder.
Porque el secreto de los que algunos han calificado como el milagro del sistema socialista cubano, está en la unidad y la confianza mutua entre pueblo, Fidel, Raúl y los principales dirigentes de la Revolución. Ese ha sido el escudo, la única fórmula que el enemigo no puede descifrar, pues desconoce la fortaleza que imprime la cohesión, en defensa de una bandera y un ideal.
Con el honor como coraza seguiremos unidos, trabajando y luchando, cumpliendo el mandato que significa marchar apretados, en tiempos convulsos, con la cabeza erguida, sin retroceder ni ceder ni vulnerar un solo principio ante amenazas y peligros, definiendo el espíritu inclaudicable de la nación.
Tenemos el deber hoy más que en cualquier otro momento de la historia, de ser consecuentes. Sin cargo o con él, el artífice de la Revolución continuará acompañando para siempre a los cubanos, identificados con su verticalidad, como garantía de la continuidad histórica de nuestro proceso.

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